ARQUITECTURA VERNÁCULA / ARQUITECTURA INDÍGENA / ARQUITECTURA TRADICIONAL.

UNA MIRADA DESDE EL PERÚ

Adriana Scaletti-Cárdenas (PUCP)

EDGES 2025

El concepto de “arquitectura indígena” se encuentra frecuentemente englobado dentro de definiciones de espectro más amplio como “arquitectura vernácula” o “arquitectura tradicional”. Ello resulta finalmente una complicación de definición, al encontrarse estos mismos términos dentro de límites borrosos e indefinidos. Hablar de arquitectura vernácula implica pasar desde las definiciones fundacionales, como las de Rudofsky (1964) de “arquitectura sin arquitectos”, hasta expresiones más concentradas en las fronteras entre lo urbano y lo rural, como si estas dos últimas condiciones no existieran dentro de la arquitectura y transformación territorial indígena, muchas veces combinadas y coexistiendo. Aunque el uso de “arquitectura tradicional” puede entenderse entonces como más permisivo, plantea otra dificultad: ¿tradicional de dónde y tradicional de cuándo y tradicional de quiénes? Abandonar ese universo y tratar de concentrar el tema en la arquitectura y construcción indígenas en términos estrictos, por su parte, nuevamente se tropieza con otra posibilidad de confusión: ¿cuándo “termina” la arquitectura indígena y comienza la del mestizaje o incluso la de la globalización? 

Las discusiones de especialistas al respecto, buscando encontrar un espacio consensuado, llevaron en las últimas décadas del siglo XX a indicaciones todavía algo ingenuas como las de la Carta del Patrimonio Vernáculo de ICOMOS (1999), que utilizaba como intercambiables “vernáculo” y “tradicional”; pero también incentivaron la construcción de a expresiones más elaboradas y a un más profundo análisis de la problemática en muchas regiones del mundo. Una de las más claras es tal vez la  propuesta por Arboleda (2006) que busca llevar la discusión hacia la conexión con lo local:

“ […] la arquitectura vernácula, se caracteriza por no seguir ningún estilo específico, ni estar proyectada por un especialista, sino que se construye directamente por los usuarios y normalmente utiliza los materiales disponibles en la región en la que se construye. Es el resultado de siglos de experimentación y por esta razón, las manifestaciones vernáculas son siempre intemporales y adecuadas al clima, topografía, materiales de construcción del sitio y forma de vida de sus habitantes. (Arboleda, 2006).”

Es posible entender entonces lo vernáculo como un resultado antes que como una iniciativa: el resultado -en permanente actualización- de un proceso histórico, de conexión con el territorio y sus recursos, y -significativamente- con las necesidades e intereses de un grupo humano en un espacio específico. A esto deben añadirse, sobre todo en países como los del área andina, componentes sincréticos que van desde lo material hasta lo simbólico. Viñuales (2007: 1) insiste en este punto, señalando que “ningún pueblo se ha desarrollado con total autonomía de sus vecinos, por lo cual las arquitecturas vernáculas no son las “incontaminadas”, si no las que cuando se han apropiado de diseños ajenos lo han hecho en dosis controladas y a través de adecuaciones”.

Esta perspectiva permite acercarse a lo vernáculo desde diversos momentos. El primero, fundamental, es el del espacio indígena original, en general en un pasado remoto donde los límites territoriales de las culturas estaban claramente definidos y acotados. En el Perú, es el espacio de la arqueología, que organiza las expresiones construidas de grupos humanos temporalmente: tras un período inicial de cazadores y recolectores (“Lítico” en la clasificación de Rowe, 1962) con aldeas de las que poco permanece, aparece la primera arquitectura pública monumental en una etapa entre el 5000 y el 1800 aC (el “Arcaico”), en expresiones tan fascinantes como Huaca Prieta, Caral, Paraíso, Alto Salaverry -en la costa desértica, edificadas en tierra cruda- o Kotosh, en la zona montañosa de la Amazonía, construida en piedra cuidadosamente trabajada. Un interesante factor común entre todas estas expresiones puede entenderse tanto por el material -hijo del lugar y de las capacidades técnicas del momento- como por la definición formal: en la costa, triunfan las pirámides macizas en “forma en U”, con dos brazos, uno más corto que el otro, a los lados del cuerpo principal, posicionados en un lateral de los valles agrícolas que administraban como centros ceremoniales. En la sierra, un sistema de recurrente enterramiento de los edificios hasta construirlos más y más grandes y altos, como sepultando el pasado en un nuevo renacer permanente. Y esto último se verá nuevamente en todo el territorio indígena en los siglos siguientes, como una característica clave de los espacios sagrados prehispánicos. 

El período entre el 1800 y el 500 aC es significativamente denominado “Formativo”, e involucra los cambios radicales de la aparición de la cerámica cocida, las grandes obras de irrigación inter-valle y conjuntos de la relevancia y potencia de Chavín de Huántar, tal vez el primer oráculo pan-andino, ancestro en ello a Pachacamac, con mucha de la simbología antropomorfa que caracterizó el lenguaje artístico de la región desde entonces. Sus poderosos muros y corredores excavados se ven sin embargo pequeños frente a las inmensas pirámides de adobe Moche (“Intermedio Temprano”, 500 Ac a 700 dC) en la costa norte del Perú. La contrapartida a los valles irrigados costeños que permitieron el excedente de prosperidad necesaria para lograrlas surgió con Wari (“Horizonte Medio”, 600-1000 dC), un antecedente directo del imperio incaico en la sierra sur, con edificios pétreos de varios niveles y tumbas con piedra labrada a un nivel técnico impresionante. El penúltimo período es dominado por los Chimú (“Intermedio Tardío”, 1000-1450 dC), nuevamente ocupando los valles prósperos de los Moches, reutilizando canales y tecnologías, hasta concretar ciudades de dimensiones hasta entonces no alcanzadas, como la estratificada y compleja Chan Chan, la más grande en barro crudo del continente. Y como corolario, el Imperio de los Incas (“Horizonte Tardío”, 1450-1532 dC), breve en temporalidad pero incomparable en términos de su dominio territorial, sus construcciones impecables, su organización y manejo espacial, sus tradiciones culturales; y afortunadamente más conocido en muchos aspectos gracias a su contemporaneidad con la conquista española, que registró por escrito cuanto encontró de encomiable y de confuso para los estándares del siglo XVI. 

Para Iberoamérica en general, pero con especial énfasis en los territorios culturalmente densos, como México y Perú, el encuentro con Europa fue un momento de crisis y por ello de cambios, y con ello una segunda instancia fundamental para entender lo vernáculo. Sin entrar en valoraciones, lo cierto es que se dieron decisivas transformaciones en prácticamente todos los aspectos de la vida, y la arquitectura y construcción no fueron la excepción. Las importantes modificaciones espaciales de las ciudades incaicas por parte de los conquistadores españoles, ya en la traza, ya en los propios edificios, son claros ejemplos donde precisamente este encuentro puede leerse. Baste citar concretamente el caso cusqueño: la gran kancha (comparable funcionalmente a una plaza) principal del Imperio hubo de dividirse en tres más pequeñas -las actuales Plaza Mayor, Plaza del Regocijo y Plaza San Francisco- para poder configurar un espacio a escala humana y ya no territorial, que pudiera adaptarse a los nuevos esquemas y visión de civitas propuesto. Y las kanchas individuales (en su acepción de domus familiares) se transformaron en casas-patio, utilizando para ello los primeros niveles de cantería imperial; de modo que la antigua ciudad puede leerse aún en los espacios de recorrido de la nueva, mestiza, Cusco- adaptada a su historia, a su lugar, a su materialidad. 

Un caso comparable podría ser también el de la kallanka (edificio alargado de planta libre, grande y multiusos hacia la plaza) del pueblo de Huaytará, en la actual Huancavelica: se transformó en una iglesia católica, modificando la forma y altura de su hastial para cambiar la techumbre de paja por tejas de cerámica, y se tapiaron sus vanos trapezoidales hacia la plaza, aunque resultan todavía perfectamente legibles. Un mestizaje forzado pero no por ello menos potente. 

Una tercera instancia es la de las permanencias: por ejemplo, caminos incas y pre-incas en uso continuo en los siglos, como algunos tramos del Qapac Ñan (el “camino real” de los Incas) con puentes como el Queswachaca, de paja -destruido y reconstruido ritualmente cada año por las comunidades aledañas- o los recorridos de los actuales jirones Ancash y Junín en la moderna Lima, que deforman la trama reticular española y ya eran antiguos para Pachacútec. En la misma categoría deben contarse los canales y sistemas de irrigación, por ejemplo: muchos de ellos permanencias de pueblos siglos anteriores a la llegada de los españoles y que se mantienen en uso hasta el presente. Y tal vez más llamativamente: las técnicas constructivas tradicionales sismo resistentes que son, en esencia, vernáculas y también mestizas. Algunas estructuras exclusivamente indígenas habían ensayado métodos como las shicras -redes tejidas de algodón que contenían gruesas piedras y se usaban como rellenos en los muros de tierra cruda- pero la gran revolución en la costa del Perú para estos fines fue la quincha. Ésta es un entramado de caña y barro (en otras regiones sudamericanas se le llama bahareque) relativamente ligero y flexible y que, aunque ya existía en construcciones menores se “oficializó” en los segundos y terceros niveles de toda la costa del virreinato del Perú por Ordenanza de José Antonio Manso de Velasco, Conde de Superunda, tras el devastador terremoto de 1746 en Lima. La quincha sigue siendo un material tremendamente popular, y se emplea informal y formalmente en muchísimas construcciones modernas, complementando los muros del primer nivel de adobe o tapial, normalmente anchos, rígidos y con mayor inercia térmica. Estas permanencias se leen con más sutileza en las grandes ciudades peruanas; pero por contraste, su potencia como arquitectura vernácula es evidente y mucho más declarada en las provincias y regiones consideradas intermedias y pequeñas. Se pueden así señalar casos como los de los pueblos de Ccecca o Cabana Sur en Lucanas (Ayacucho), Lamas (San Martín, Perú) o Jaén (Cajamarca), donde los límites espaciales entre lo urbano y lo rural son muy poco claros y la materialidad y el diseño formal han sido tradicionalmente mucho más localistas.

El ejemplo de Lamas es representativo tanto de la construcción vernácula como de su permanencia en el presente y los posibles derroteros de su futuro: se trata de un pequeño conjunto para los estándares peruanos -alrededor de 15000 habitantes- en el norte del Perú. Es capital provincial y geográficamente es parte del piso altitudinal Rupa Rupa o Selva Alta –también “ceja de selva”- ocupando alrededor de 20 kilómetros cuadrados desde los 310 hasta los 920 metros sobre el nivel del mar. Esta gran diferencia de altura, marcada por los barrios de Wayku -prácticamente ya en la Selva Baja y predominantemente indígena- y Plaza -en la zona más alta, conectado con Tarapoto, la capital departamental, y predominantemente mestizo- es clave para entender a Lamas: ambos espacios no sólo contrastan en su localización y población, si no que son resultado directo de los procesos históricos de Lamas y son las marcas de una segregación social y formal que se mantiene desde hace siglos. 

La fundación de Lamas es aún poco clara en términos de sus habitantes originales, quechuahablantes, y la historiografía menciona tanto a un grupo chanka como a disidentes incas. La ocupación española refunda el lugar como la reducción indígena de Santa Rosa de Lamas a mediados del siglo XVII, y permaneció como un lugar de tránsito en la región, aunque relativamente aislado de los sistemas y servicios del Perú republicano. Solo en 1994 la zona baja, el Wayku indígena, accedió a los servicios de cableado eléctrico. 

Las construcciones grandes y pequeñas, se realizan aquí tradicionalmente en tapial -esto es, en vaciados de tierra cruda sobre una cimentación de piedras- lo cual es una excepción notable para la Amazonía, pues la humedad y las lluvias intensas no parecieran incentivarlo. Algunos investigadores han buscado aquí la relación con los orígenes andinos del asentamiento, pero no es un tema estudiado a suficiente profundidad aún. Ello significa, sin embargo, que las viviendas y edificios en general presentan apenas el vano de la puerta en la fachada, y se opta por ventilar con grandes espacios abiertos en los hastiales de las cubiertas inclinadas. Estas cubiertas han sido normalmente hechas en caña y hojas de shapaja -una palmera local- trenzadas, logrando elementos de gran elegancia aunque necesariamente reemplazables cada año, por el desgaste del material orgánico. Con la excepción de construcciones más ligeras o precarias, como grandes cubiertas apenas soportadas por ligeras columnas de madera o caña, malocas sin muros, para protegerse del sol y permitir la reunión de grupos más grandes, la tierra cruda predomina hasta el presente y se utiliza cada día en nuevas construcciones. Las viviendas tienden a incluir una única habitación y un altillo o terrado directamente bajo la cubierta, que goza de la circulación más directa del viento entre los vanos de los hastiales. Cocinas y aseos tienden a encontrarse fuera del espacio estricto de la casa, con apenas una ligera protección de los elementos. 

Con todo ello y la permanencia de estas construcciones, Lamas ya constituye un caso de estudio de gran interés para la arquitectura vernácula, pero existe otro factor que la complejiza aún más: como se ha mencionado, el nivel topográficamente más elevado es ocupado por el barrio de la Plaza, y se presenta como más “moderno”. Pero esconde un secreto: con algunas excepciones realmente recientes, la mayoría de los edificios están también construidos en tapial, con techos de caña y barro, y distribuciones espaciales semejantes a las tradicionales de Wayku. La diferencia está en que -¿tal vez avergonzados de sus orígenes indígenas?- los edificios en la Plaza y en las laderas que los conectan con el barrio más bajo están revestidos en cal y hormigón, incluyendo cajones de madera para disimular los extremos de las cubiertas y dar la sensación de gruesas losas de cubierta. Es decir, manteniendo la tradición vernácula pero buscando vender una imagen de “progreso”. Cierto es que los gruesos muros de tapial no son lo mejor para enfrentar fenómenos como los sismos -afortunadamente poco frecuentes en la región- pero permiten una inercia térmica definitivamente valorable en el contexto. La aparición, cada vez más común, de cubiertas metálicas prefabricadas o ladrillos de baja calidad ha puesto en peligro, como en otras ciudades históricas del Perú, la permanencia de la imagen urbana de Lamas: el equilibrio entre el vernáculo pasado y el futuro está así -en una figura que podría aplicarse a la problemática por extenso, mundialmente- aún por definirse. 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

ARBOLEDA, Gabriel (2006) ¿Qué es la Arquitectura Vernácula? [internet]. Berkeley, CA: Etnoarquitectura. En http://www.arquitecturavernacula.com/web/articulos/articulo/498. Consultado el 16 de diciembre de 2013.

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FREY, Pierre (2010). Learning from Vernacular: towards a new vernacular architecture. Tours (Francia): Actes Sud.

ICOMOS (1999). Carta del Patrimonio Vernáculo Construido. Ciudad de México: 12° Asamblea General en México.

RONDÓN RAMÍREZ, Gustavo. “Los territorios del agua en dos localidades de la Amazonía norte del Perú: los casos de Lamas (San Martín) y Santa María de Nieva (Amazonas).” Espacio y Desarrollo, no. 27, annual 2015, pp. 137+. Gale Academic OneFile, link.gale.com/apps/doc/A466166180/AONE?u=anon~4cc864c7&sid=googleScholar&xid=7fb8f4c4. Consultado el 6 de febrero 2025.

ROWE, John H. (1962). “Stages and Periods in archaeological interpretation”. Southwestern Journal of Anthhropology. Vol. 18, # 1 (40-54)

RUDOFSKY, Bernard (1964). Architecture without Architects: An Introduction to Nonpedigreed Architecture. New York: Museum of Modern Art.

SCALETTI, Adriana (2017). “Arquitectura vernácula residencial en Lamas, Perú: un estudio tipológico”. En TRANSVERSAL: Acciones de Integración en el Territorio Peruano. (pp. 285-302) Lima: PUCP, ARES, UCL, UL.

VIÑUALES, Graciela (2007). “Arquitectura vernácula en Iberoamérica. Historia y persistencias”. Actas del congreso internacional de Arquitectura Vernácula. “Andalucía y América, entre la tradición y la modernidad (págs. 15-24). Sevilla: Ana Aranda Bernal, Francisco Ollero Lobato, Fernando Quiles García y Rafael Rodríguez – Varo Roales (ed.).